«Al introducir el modelo, los cambios fueron impresionantes», dijo Wick. «Las plantas y flores salvajes típicas de la zona reaparecieron, y las aves autóctonas regresaron. Quedaba claro que los prados estaban en mejores condiciones». Pero cuando Creque firmó el contrato con Wick y Rathmann no pensaba solo en las vacas y la maleza invasora. Había trabajado durante años de forma muy activa en granjas ecológicas, donde lo esencial era el carbono. Para ser más específicos, el carbono orgánico del suelo. En gran medida, la productividad de la tierra está relacionada con la cantidad de carbono que contiene. El carbono mejora la capacidad de cultivo y de retención de agua del suelo, y es un elemento vital para la materia orgánica de la tierra, esa parte de los residuos que contienen materia biológica y subproductos que contribuyen al crecimiento de las plantas. Los suelos fértiles del planeta son también grandes sumideros de carbono y pueden almacenar más carbono del que permanece en la atmósfera en forma de CO2 u otros gases de efecto invernadero más potentes, como el metano o el óxido de nitrógeno. Por ese motivo, Creque se había preguntado durante mucho tiempo si era posible aumentar el potencial de captura de carbono de las tierras de pasto. Y en caso de que fuera posible, ¿cómo? A Creque, el compostaje le parecía una vía prometedora, pero no estaba seguro de cómo debía proceder. «John y yo empezamos a hablar de ello y le entusiasmó mucho la idea de utilizar el rancho como banco de pruebas», explica Creque. «Pero teníamos que plantear algunos aspectos básicos». Para empezar, ¿habrá algún tipo de protocolo que funcione? Y si lo hay, ¿cómo analizamos sus efectos? Además, ¿cómo sería el mercado del carbono orgánico? ¿Podríamos hacer que los propietarios de pastos se interesaran lo suficiente como para marcar la diferencia? Así que Creque y Wick se pusieron en contacto con la Dra. Silver, una autoridad en materia de intercambios químicos entre las plantas, la tierra y la atmósfera. Las tierras fértiles se convierten en sumideros de gran tamaño que absorben enormes cantidades de carbono del aire, que pueden alcanzar las 3 toneladas anuales por cada 40 hectáreas. «La Dr. Silver aceptó trabajar con nosotros, pero tenía sus serias dudas», recuerda Creque. «No estaba convencida en absoluto de que se pudiera aumentar el volumen de secuestro de carbono en la tierra ni de que pudiera medirse con exactitud llegado el caso. Para nosotros, eso la convertía en la candidata ideal. No solo poseía el conjunto de conocimientos que necesitábamos, sino que además su escepticismo garantizaba que la investigación se llevaría a cabo de forma rigurosa y que los resultados se revisarían en profundidad». Para obtener alguna información de base, Silver llevó a cabo un estudio que comparaba los niveles de carbono en la tierra en 35 lugares en el condado de Marin en los que se realizaban actividades de ganadería para la obtención de productos cárnicos y lácteos. Se registraron varios niveles de carbono distintos, pero los lugares en los que con niveles de carbono más elevados tenían algo en común: los granjeros y ganaderos habían esparcido estiércol fresco en la tierra. Estas conclusiones resultaron sorprendentes, según cuenta Wick, porque el estiércol fresco es uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Sin embargo, de alguna manera la tierra absorbía el carbono y lo almacenaba. ¿Pero cómo estaban seguros de ello? «La Dra. Silver envió muestras para analizar los niveles de carbono», explica Wick. De manera resumida: Los investigadores utilizan los niveles de descomposición de un isótopo del carbono específico (carbono-14) para determinar la edad de las sustancias carbonosas. En el caso de los terrenos fertilizados con estiércol, los investigadores encontraron restos de carbono-14 relacionados con emisiones de materiales radioactivos en la atmósfera que habían tenido lugar años atrás. Los isótopos se encontraban a un metro de profundidad. «Eso implica que el carbono quedaba capturado a cierta profundidad de manera estable y que eso, de algún modo, se debía al uso del estiércol», explica Wick. Y asumieron que, si el estiércol fresco era beneficioso, el compost debía de ser todavía mejor, ya que el carbono que contiene se encuentra en formas más estables que el que contiene el estiércol fresco y no se transmite tan fácilmente a la atmósfera. Así pues, los investigadores cubrieron con una capa de compost de algo más de un centímetro algunos terrenos de prueba para ver qué sucedía.
Los resultados (que la Dra. Silver validó) fueron bastante impresionantes. Cuatro años después de esparcir la capa, el 90% del carbono del compost seguía en el suelo, afirma Creque. Además, los modelos informáticos que había creado el equipo indicaban que los niveles de carbono seguirían siendo elevados durante entre 30 y 100 años gracias a esa única capa de compost. Pero todavía queda lo mejor: la mayoría del carbono no provenía del compost, sino de la atmósfera. Los resultados demostraron que el compost funcionaba como catalizador de un ciclo eficaz. «Al aumentar la cantidad de carbono de la tierra, la fertilidad y la retención de agua del suelo también aumentan», dice Creque. «Eso se traduce en una vegetación más robusta que cada vez captura una cantidad mayor de carbono de la atmósfera. Este carbono se almacena bajo tierra en las raíces, en la materia seca residual (en la superficie) y en gran cantidad de microorganismos que se encuentran en la tierra». El análisis de los terrenos en los que se utilizó el compost indicaba que la tierra capturaba entre media tonelada y tres toneladas de carbono anuales por hectárea, como resultado de la aplicación de una sola capa, explica Creque. Las tierras fértiles se convierten en sumideros de gran tamaño que absorben enormes cantidades de carbono de la atmósfera. Todo parecía ir bien sobre el papel. ¿Pero funcionaría en el mundo real? ¿Lo aceptarían los granjeros y ganaderos, que eran quienes deberían realizar la tarea laboriosa y a menudo desagradable olfativamente de esparcir el compost en la tierra? Los primeros datos son favorables. En la actualidad y con el nombre de Marin Carbon Project, Wick, Creque y otros colaboradores, junto con el Environmental Defense Fund y Terra Global Capital, han creado unos protocolos en base al estudio. El mes pasado, el American Carbon Registry aprobó los procedimientos, algo que implica que los ganaderos que quieran adherirse a los protocolos podrán obtener bonos de emisión de carbono comercializables. Y entonces, ¿por qué no aplica los protocolos todo el mundo? Este método, que puede invertir las emisiones de carbono en la atmósfera y producir hamburguesas en masa al mismo tiempo constituye un billete de ida hacia la supervivencia de nuestro planeta. El ministerio de agricultura de EE.UU., la agencia de conservación litoral de California, y el 11th Hour Project, un programa subvencionado por la Schmidt Family Foundation, donaron fondos para la investigación y la creación de los protocolos. «El siguiente paso es una ayuda de 20 millones de dólares pendiente de aprobación por parte de la USDA de la bahía de San Francisco», explica Torri Estrada, director de políticas del Marin Carbon Project y antiguo estudiante de la universidad de California que ha impartido clases en el departamento de ciencia, política y gestión medioambiental. «Además, trabajamos con agencias para la conservación de recursos de distintos condados (Marin, Sonoma, Mendocino, Santa Bárbara, Napa, Tehama, Butte y Modoc) para ayudar a los propietarios de las tierras a poner en funcionamiento los protocolos». Los protocolos se sometieron a un riguroso proceso de validación en el American Carbon Registry, explica Kyle Hemes, un colaborador del programa en el Carbon Registry. El proceso constaba de un periodo de evaluación público de una duración de un mes y un proceso de revisión a ciegas por una junta que incluía varias rondas de comentarios de los participantes.
«Los protocolos se aprobaron hace dos semanas y ya están colgados en nuestra página web», dice Hemes. «Ya se pueden utilizar en otros proyectos para analizar las absorciones de gas de efecto invernadero». El registro expide un bono de emisión por cada tonelada de carbono que se absorbe. Actualmente, los bonos de emisión que se generan mediante los protocolos de pasto solo se pueden utilizar en el mercado "voluntario" de carbono. Eso no implica necesariamente que se traten de intercambios pequeños. Algunas empresas como Google compran gran cantidad de bonos voluntarios de emisión de carbono. Pero el mercado del carbono, regulado por legislaciones como la Ley de Soluciones contra el Calentamiento Global de California, del año 2006 (AB32) es mucho más amplio. «La California Air Resources Control Board es la agencia encargada de velar por el cumplimiento de la normativa AB32 y ha aprobado cinco tipos de proyectos para el mercado del carbono», explica Arjun Patney, director de políticas del Carbon Registry. «Dos están relacionados con las ciencias forestales, uno con la generación de energía mediante el metano que contiene el estiércol del ganado, otro con la destrucción de antiguos refrigerantes CFC y el último con la captura de gas metano de las minas». «Pero hay motivos para pensar que los protocolos de pastos podrían formar parte de la lista», explica Patney. «Actualmente, la AB32 se aplica a la generación de energía y a la industria pesada», dice. «Pero el año que viene, el transporte se unirá a la lista. Así que el mercado de los bonos de emisión de carbono seguirá aumentando». Y entonces, ¿por qué no aplica los protocolos todo el mundo? Un método que puede invertir las emisiones de carbono en la atmósfera y producir hamburguesas en masa al mismo tiempo constituye un billete de ida hacia la supervivencia de nuestro planeta. Pero la prensa convencional todavía no ha tomado nota de ello. «No nos hemos centrado mucho en la publicidad», afirma Estrada. Estos descubrimientos también van en dirección opuesta a la visión de algunos activistas contra el cambio climático que tienden a ver el estiércol, uno de los principales emisores de metano, como parte del problema. La investigación sugiere que los pastos, esenciales para la producción de ganado, también podrían constituir una herramienta esencial para luchar contra el cambio climático. ¿Pero habrá suficiente compost para todos? ¿Podemos hacer que el poso de café, la piel de la fruta y los restos de pasta pasen de ser residuos sólidos problemáticos a activos de primer orden? Puede que algunos granjeros y ganaderos se sientan incómodos con el hecho de que sus tierras se etiqueten como "importantes depósitos de carbono", algo que podría derivar en el establecimiento de una regulación por parte del gobierno. Pero los resultados también plantean la siguiente pregunta: Si el sistema funciona, ¿habrá suficiente compost para todos? ¿Los posos de café, la piel de la fruta y los restos de pasta del restaurante italiano de la esquina pasarán de ser residuos sólidos problemáticos a ser un activo de primer orden? Estrada reconoce que «podría pasar que de un modo u otro estos programas quedaran limitados por la poca oferta de materias primas para el compost». «Pero no creo que sea algo malo si (los residuos orgánicos) adquieren valor, ya que esa es la clave del éxito de un programa de secuestro de carbono. Es algo que ayuda a solucionar dos problemas: el desecho de residuos sólidos y las emisiones de carbono». Puede que llegados a este punto, después de todas estas bondades, sea necesario recordar de nuevo que aunque parece que la alternativa de convertir los residuos de la cocina en compost fértil y nutritivo, y esparcirlo por los pastos sea eficaz, también es necesario dejar de quemar los residuos de viejos dinosaurios. «Queda bastante claro que estos protocolos tienen el potencial de invertir el calentamiento global», declara Creque. «Pero eso no será posible si continuamos quemando combustibles fósiles a los niveles actuales. Eso está muy claro». Publicado el 6 de noviembre de 2014 a las 14:28 A través de - alumni.berkeley.edu
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